sábado, 31 de enero de 2015

Un día con el gato montés

Una tarde de otoño disfruté mucho con las tranquilas andanzas de un gran gato montés por los altos pastizales de Cangas del Narcea (Asturias). Ya sabía de su querencia por aquel lugar de otras rutas anteriores por esa zona, por lo que, pertrechado con red de camuflaje, cámara, prismáticos y trípode me decidí a pasar toda una tarde esperándolo.
Como en ocasiones anteriores, el gato apareció sobre las 5,30 de la tarde, recorriendo el prado de forma tranquila, silenciosa, parecía que tocaba dulcemente el suelo herbáceo con la planta de las patas para no hacer el mínimo ruido que delatara su presencia a los ratones y topillos que buscaba con tanto afán. Mientras, en el cielo, se cernían los ratoneros que competían con el gato montés en la captura de estos pequeños mamíferos de los pastizales.
Se pasaba grandes ratos sentado, escuchando, moviendo las orejas y la cabeza, mientras yo permanecía inmóvil y casi controlando la respiración bajo la tela de camuflaje a unos 50 m. de distancia. También se pasó mucho rato tumbado junto a las topineras que tenían la tierra más oscura en el centro, lo que delataba una acción muy reciente del topo removiendo la tierra. Y ahí esperaba un movimiento de ese pequeño montón de tierra, hasta que dio un salto y metió las patas delanteras en la topinera, sin éxito.
Los gatos monteses capturan gran cantidad de ratones, topos y topillos en nuestros pastizales de montaña y en los bosques en otoño, pues parece comprobado el aumento de peso en esta época para mejor pasar el invierno. De grandes bigotes blancos, destaca en el gato montés la gruesa cola anillada con tres manchas negras a final, la última más gorda en la punta de la cola, así como una línea negra más o menos gruesa desde la base de la cola hasta la nuca. Las huellas son fáciles de distinguir de las de los zorros y otros animales salvajes, pues miden casi lo mismo de largo que de ancho y no marca las uñas.
Chema Díaz, otoño 2014